lunes, 29 de julio de 2013

Habas con Berenjenas

           Plato típico giennense, el cual gustaba sobremanera a mi padre, de hecho estando en su lecho de muerte en el hospital me pedía que lo trajese a casa para prepararle este plato que mi madre llama “habas de gachulé”, aunque también recibe el nombre de “habas mareás”, ya que ella no las hacía en casa porque no le gustaban cuando las hacía mi abuela.

INGREDIENTES:
>1/2 kilo de habas secas
>1 berenjena grande
>2 tomates maduros
>1 cebolla mediana
>sal
>aceite de oliva
>pimienta
>comino molido
>colorante alimenticio
>pimentón molido


PASOS A SEGUIR:

1. La noche de antes ponemos en remojo las habas secas.

2. Ponemos en una olla las habas y la berenjena troceada una vez quitada la piel, junto a una cucharada de sal sin pasarnos, para poder rectificar cuando procedamos a aliñarlas.

3. Dejamos cocer a fuego media una hora comprobando que no les falte el agua nunca y removiendo para que no se peguen.
Habas y berenjenas cociendo.
4. Rallamos los dos tomates medianos y una cebolla mediana y procedemos a freírlos en un poco de aceite de oliva.

5. Una vez que el tomate y la cebolla están pochados les agregamos una cucharadita de pimiento molido y removemos evitando que el pimiento molido se queme.
Sofrito de cebolla y tomate aderezado con pimentón molido.

6. Agregamos el sofrito a la olla y removemos, añadiendo la pimienta, el comino molido y el colorante alimenticio.

7. Rectificamos de sal si es necesario y dejamos cocer unos 15 minutos más.
Habas con berenjenas emplatadas.


 ¡¡¡BUEN PROVECHO!!!

Berenjenas en vinagrillo

            Plato típico de julio y agosto, pues es la época en que se crían las berenjenas pequeñas, ingrediente esencial para elaborar este suculento plato veraniego, con el fin de que éstas cuezan bien.

Este plato lo hacían mi abuela y mi tía Manuela que les daban un toque exquisito, pero esta receta es de mi prima hermana Kika.

INGREDIENTES:
>1 kilo de berenjenas pequeñas
>3 tomates maduros medianos
>1 pimiento rojo
>1 cebolla mediana
>1 cabeza de ajos
>hinojo
>3 o 4 guindillas pequeñas
>1 pastilla de caldo concentrado de carne
>colorante alimenticio
>comino en grano
>aceite de oliva
>vinagre
>sal

PASOS  A SEGUIR:

1. En primer lugar, cortarle un poco el rabo a las berenjenas y el pico de las hojas para dejar a la vista la carne de la berenjena y proceder a rajarlas un poco, con el fin de que cuezan bien y se impregnen de los sabores. Una vez hecho esto, las lavamos bien bajo el agua y las colocamos en una gran olla cubriendo las berenjenas con abundante agua.

Berenjenas pequeñas listas para cortarles el rabo y la punta.
 2. Añadimos a la olla, 3 tomates enteros habiéndoles quitado el corazón, un pimiento rojo partido por la mitad y libre de pepitas, una cebolla pelada y cortada en cuartos, una cabeza de ajos pelados, hinojo en rama partido (5 o 6 varillas de un palmo de largo), 3 ó 4 guindillas pequeñas o según el gusto, comino en grano, un chorreón de aceite, una pastilla de caldo concentrado y sal.

Hinojo fresco.

Pimiento rojo, tomates maduros, cebolla y ajos.
 3. Dejamos cocer todo a fuego medio durante al menos una hora y media o hasta que estén las berenjenas tiernas, lo cual comprobaremos pinchando éstas con la punta de un cuchillo.

4. Una vez comprobado que estén tiernas, retiramos del fuego y con cuidado de no quemarnos, sacamos las berenjenas y el hinojo en una fuente y apartamos el caldo y el resto de verduras de la olla (tomate, pimiento, cebolla, ajo, guindilla, comino...).

5. Echamos de nuevo las berenjenas a la olla y el hinojo y parte del caldo de cocción.

6. Por otro lado, desprendemos la piel de los tomates y el pimiento y agregamos junto a la cebolla, el ajo, los cominos y las guindillas para proceder a batirlo todo.

7. Une vez esté todo batido, lo agregamos a la olla, junto a un chorreón de vinagre y colorante alimenticio, probándolo por si hiciera falta rectificarlo de sal.

8. Dejamos cocer a fuego lento durante 30 minutos más y listo para servir.

Berenjenas emplatadas.

Berenjenas en su salsa de vinagrillo.

¡¡¡BUEN PROVECHO!!!

jueves, 18 de julio de 2013

De Sierra Morena a los Andes

           Os dejo un relato que he compuesto durante el transcurso del Taller Creativo Literario que ha tenido lugar en Torreblascopedro (Jaén) durante los meses de mayo y junio de este año 2013 y espero que os guste.


¡Me muero!, ¡me muero!

Sólo acertaba a decir eso. Me muero y a miles de kilómetros lejos de mi familia el día de Navidad, mientras Gaby, mi amiga, no dejaba de tranquilizarme y decirme:

Ese dolor de cabeza es sólo consecuencia de la resaca por no saber beber y no estar acostumbrado, quién te manda acabar la noche bebiendo pisco a palo seco con los hombres de mi familia.

Por mi mente pasó la imagen de mi pequeño pueblo, Torreblascopedro, allá a lo lejos en las estribaciones donde acaba la comarca de la Loma y se funden como hermanos los ríos colorao y blanco, teniendo como telón de fondo Sierra Mágina con picos como el Aznaitín y el Almadén.

No obstante, allí estaba yo, sin querer viajar a uno de los lugares más mágicos del planeta: la ciudad perdida de los incas en plenos Andes peruanos.

Sin embargo, Gaby me convenció de ir hasta allá, cosa que le agradecería después, pues fue una de las mejores experiencias de mi vida. De hecho, gracias a esa resaca no sentí apenas las veintitantas horas que duraba el viaje desde el centro de la ciudad de Lima hasta el Cuzco y mucho menos el soroche o mal de altura.

En ese largo viaje que comenzó en los andenes de la central de autobuses de la compañía Cruz del Sur, hizo que pasaran por mi mente muchos de los acontecimientos vividos junto a la coreana, como sin malicia la llamaba la madre de uno de nuestros amigos cada vez que llamaba por teléfono a su casa y era ella quién descolgaba, siendo ella la causante de que me enamorara de su Perú, de sus gentes, de su tierra y, sobre todo, de su gastronomía, desde el mismo momento en que me instalé en su casa de Ate-Vitarte como un miembro más de su familia, siendo adoptado por esta gran familia matriarcal, donde la mujer tiene un papel primordial, ya que son ellas las que reúnen a toda la familia: madres, tías, hermanas...

Del trayecto de ida en autobús sólo me acuerdo de mi deambular nocturno por el pasillo del autobús para ir al baño, donde era como ir borracho todo el tiempo debido a las continuas curvas del camino y el ver a la azafata recostada en los últimos asientos tan plácidamente como sin con ella no fuera esa agitación continua.

Y como no, del inicio del viaje, ese momento en que apenas unas horas en el autobús, vi la puerta abierta y me bajé corriendo porque no podía aguantar las ganas de vomitar. Al subir y para que se me pasara el mareo, la azafata vino con un algodón empapado en alcohol, exclamando yo:

¡Oh, cruel destino!, me dan a oler de nuevo pisco. Y yo diciendo: No, no quiero oler pisco y al olerlo mi cuerpo en vez de asentarse quería volver a vomitar.

Y a mi lado, en el otro asiento Nadia aunque intentaba no reírse, al final acabó estallando en carcajadas.

El resto son ensoñaciones e imágenes de las vivencias compartidas con Gaby desde el día en que la conocí, un frío día de primeros de marzo, en el que iniciamos un curso de Animación Sociocultural en CM Formación. Gracias a este curso tuve la suerte de conocer a varias personas que se han convertido a día de hoy en grandes amigos, con los cuales he vivido muchos ratos alegres y por desgracia también momentos duros, pero hemos estado ahí para lo bueno y para lo malo.

En dicho curso surgió el apodo “brisa caribeña”, con el cual la solía llamar, aunque como decía ella y gran verdad tenía, de caribeña tenía más bien poco, o incluso el apelativo de “terrón de azúcar moreno”, debido al tono de su piel. Todo ello, provocaba los celos de su marido en aquel entonces, que, ¡oh, casualidades del destino!, terminó siendo un familiar lejano mío, ya que nuestras abuelas eran hermanas.

Con ella y junto a otros amigos creamos un grupo de animación sociocultural, con el cual recorrimos buena parte de la provincia de Jaén, consiguiendo sonrisas de niños y no tan niños en cumpleaños, comuniones e incluso en fiestas de algunos pueblos y llevando a cabo visitas teatralizadas en el Museo Arqueológico de Linares. Ella fue quien nos enseñó a hacer algunos trucos de magia o a elaborar piñatas de un gran colorido al estilo mejicano, las cuales eran muy vistosas. Todo ello bajo su batuta, debido a su fuerte carácter, pues le gusta que todo salga bien debido a su gran profesionalidad.

Vivimos juntos su divorcio, siendo el grupo un gran apoyo para ella, como una familia, de ahí que muchas reuniones las hiciéramos en su casa, ya que los demás no teníamos casa propia en aquel momento. De hecho, en una de esas reuniones surgió un problema entre ambos que hizo que nos uniéramos más si cabe, ya que estando todos los amigos reunidos cantando con el Singstar yo me enfadé mucho con todos ellos porque me dolía horrible la cabeza y sólo les pedía que bajaran el volumen y no me hacían caso, así que ni corto ni perezoso cogí y me fui. A los pocos días éstos se enteraron que aquel enfado tenía una muy buena causa justificada, puesto que evidentemente yo me encontraba muy mal y como consecuencia de ello estuve ingresado en el hospital más allá que aquí, debido a una trombosis yugular que podía haber acabado con mi vida de no haberme visitado el mismo día que me llevaran por urgencias a Jaén mi ángel salvador, mi prima, a la cual debo mi vuelta a nacer.

Al enterarse Gaby, que por aquel tiempo trabajaba en Jaén, enseguida fue a visitarme al hospital, donde estaba con la habitación en penumbra y sin ruido, sólo pudiendo articular con los ojos vidriosos “ay, mi negrita”, quedando impresionada del estado en que me encontró: postrado en la cama inyectado con el suero y la medicación, a casi oscuras y con un derrame ocular. No obstante, es una imagen que no se me borra de la mente.

Cada vez que coincidíamos, ella me hablaba de su país, de su trabajo allá, de sus tres madres: Rosa, su abuela; Berenice, su madre y Mercedes, su madrastra, ya que gracias a ellas ella es quién es hoy día, aunque la figura paterna de su abuelo también es muy importante para ella. No obstante, el matriarcado en su vida ha sido crucial en su vida, sobre todo, el papel de su abuela o su mamita como ella la llama, convirtiéndose tras su fallecimiento en la estrella que guía sus pasos. De su mamá aprendió a cocinar esos ricos platos de la gastronomía peruana que yo he tenido la suerte de poder probar y aprender. Y, por último, gracias a  su madrastra, por cierto un apelativo que ella nunca usa, puesto que es una madre también para ella, ella es psicóloga, ya que se preocupó de que esas niñas que aceptó como suyas tuvieran una educación.

Todo ello hizo que sintiera cada vez más ganas de conocer a su gente, de la que tanto me habló, así que un año me propuso que la acompañara a su país en Navidades junto a Nadia, siendo ésta la que me acompaña en el otro lado del asiento del autobús y quien me consuela y me dice que todo pasará, pues esto es sólo un susto, que no me ocurrirá nada y que aquel trago amargo no se volverá a producir, pero yo no dejaba de pensar en aquel momento en que me estallaba la cabeza y que acabó en una trombosis, cosa que volvió a mi mente con los dolores de cabeza de la resaca.

En este momento es cuando recupero la conciencia y vuelvo en mí, ya con los albores del día y las imágenes de la sierra peruana y el río Urubamba corriendo paralelo a la carretera, preguntándome ésta si había sentido el soroche y yo diciéndole que no.

Nadia, en cambio, me dice que la señora de al lado y sus hijos no pararon de vomitar. Por mi parte, yo creo que no lo hice gracias al té de coca que nos dieron durante la noche en el autobús, además de los efectos de la resaca.

Nada más llegar a la estación de autobuses de la ciudad de Cuzco, al bajarnos del autobús nos recorrió la sensación de falta de aire debido a la altura a la que habíamos ascendido, unos 3.400 metros sobre el nivel del mar, pero eso dio paso a la imagen del ajetreo de la estación con viajeros que iban y venían portando fardos y con maletas, y al bullicio de una ciudad que rozaba las nubes en plenos Andes peruanos, con sus taxis movidos por gas, las cholitas con sus sombreros y los trajes típicos de la sierra plenos de colorido o los edificios antiguos de piedra que evidenciaban su pasado colonial, ya que Cuzco es considerada la Roma de los Andes debido a la gran cantidad de monumentos que concentra.

Tanto Nadia como yo tuvimos mucha suerte, ya que en todo momento tuvimos nuestro guía particular, que respondía al nombre de Néstor, el cual nos procuró Gaby para que siempre nos sintiéramos seguros en tierra extraña.

Con Néstor recorrimos la ciudad en una visita panorámica, quedando grabada en nosotros cada recodo de la ruta, puesto que nos serviría en días sucesivos para poder movilizarnos nosotros mismos por la ciudad.

Al día siguiente, siempre solícito Néstor nos llevó a conocer lugares como Sacsayhuamán, santuario a dos kilómetros de la ciudad de Cuzco donde el 24 de junio se celebra la fiesta del Inti, el dios Sol. O yacimientos arqueológicos como Qenco o Puka Pukara, los bellos paisajes del valle del Taray donde pudimos ver algún que otro rebaño de llamas y los nevados al fondo o la ciudad de Pisaq en pleno valle.

He aquí que tuvo lugar una anécdota graciosa que nos sucedió al bajar del coche para disfrutar del bello paisaje que nos ofrecía la sierra andina, ya que una llama que por allí pastaba y en celo, al ver a Nadia no dejaba de perseguirla, provocando las carcajadas tanto de Néstor como del taxista que nos acompañaba, mientras yo intentaba asustar a la llama para que la dejara en paz.

Y como olvidar la ayuda inestimable de nuestro guía particular al acompañarnos hasta Ollantaytambo, con el fin de poder coger el tren que nos llevaría hasta la ciudad de Aguas Calientes, la cual debe su nombre a las famosas aguas termales sulfurosas y ferrosas que allí se encuentran y que es la puerta de acceso a la ciudad inca de Machu Pichu, donde una vez que se pone un pie sobre ella se para el tiempo y te hace disfrutar con los cincos sentidos de todo el bello paisaje que te rodea, puesto que te encuentras de pronto con las ruinas de una ciudad-refugio en medio de la sierra, donde el verde se extiende hacia el horizonte de los cuatro suyos, es decir, hacia los cuatro puntos cardinales y las nubes rasgan los picos de la sierra, a la vez que el olor de la tierra y la vegetación te embriaga y los rayos del sol en pleno diciembre te hacen sentir vivo. Todas estas sensaciones las produce estar en uno de los lugares más mágicos de la Tierra, donde los incas rendían culto a la Pachamama o Madre Tierra, lo cual me recordó de nuevo el papel del matriarcado en la cultura del Perú.

En dicho lugar nos sentimos libres, así como el cóndor sobrevuela la fortaleza, siendo el amo de los cielos en ese lugar recóndito de la tierra.

Todo valió la pena para poder disfrutar de esta experiencia, ya que hubo algunos problemas que tuvimos que sortear para poder acceder a la fortaleza, pero nada se compara con las sensaciones que experimentamos en ese bello lugar.

Tras nuestra visita al Machu Pichu, ambos disfrutamos de un merecido almuerzo en la ciudad de Aguas Calientes y después visitamos las aguas termales donde las piscinas de agua caliente estaban atestadas de gente pese a que caía una leve llovizna. En cambio, nosotros preferimos subir al bar que estaba colgado como en un árbol en un risco desde donde podíamos divisar buena parte de esa ciudad que había surgido en torno a los beneficios que el turismo generaba y las piletas donde no paraban de entrar personas para disfrutar de sus aguas humeantes.

Tan cansados como estábamos no nos apetecía bañarnos, pero si que disfrutamos de un té de coca, del paisaje y del sonido de los rápidos del río Vilcanota que bajaba todo bravo a nuestra espalda, puesto que Aguas Calientes se extendía en los márgenes de esta corriente de agua que rasga la sierra.

Por la noche, junto a otros turistas aguardamos la salida del tren que nos conduciría a Ollantaytambo, dónde nos esperaba un taxi casi nuevo que nos procuró Néstor y que nos devolvió a través de una carretera apenas transitada de noche a nuestro pequeño hotelito en la calle Chavín en Cuzco. A pesar de que veníamos muy cansados al ver el letrero de la calle, nos miramos y se nos escaparon unas risas, pues nos hizo recordar el apelativo con que cariñosamente me llamaba Gaby: “chavito”, ya que soy dado a meter la pata.

El día siguiente lo dedicamos a pasear por nuestra cuenta en esta bulliciosa ciudad, comprando algunos recuerdos y disfrutando de sus bellos rincones como el barrio de san Blas en la parte alta, la calle estrecha donde se encuentra la piedra más famosa del Perú con sus catorce ángulos, la plaza de armas de Cuzco, con su catedral y su iglesia de la Compañía de Jesús y ese nacimiento tan insólito, en el cual la vaca y el buey son sustituidos por la llama y la alpaca. E incluso, tuvimos la suerte de entablar conversación con un señor que nos deleitó con algunas palabras en quechua, lengua andina arcaica prehispánica, de las cuales recuerdo nuna raymi o fiesta del alma.

La última imagen de Cuzco la recuerdo en la plaza de Coricancho, lugar donde pude comprar un tapiz de alpaca, en el cual hay representada una llama, uno de los animales símbolos del Perú, y poder negociar un precio ajustado con Valentina, ataviada con un bello vestido que destacaba por su colorido característico, para poder hacerme al final con un bello recuerdo de esa tierra que tanto me fascinó.

En este bello sitio nos recogió Néstor y su hijo pequeño para acompañarnos y despedirnos en la estación de autobuses, siendo un buen anfitrión hasta el final.

A mediodía comenzamos nuestra bajada hacia la costa del Pacífico rumbo a la ciudad de Lima, pasando una buena noche de viaje y cargados de experiencias y de vivencias que después repetiríamos una y otra vez a nuestros familiares y amigos.

Al despertar nos encontramos con un camino lleno de curvas en un paisaje inhóspito, ya que no había ninguna huella ni de naturaleza ni de asentamientos humanos. Es decir, nos encontramos inmersos en un pleno desierto. No obstante, pronto llegamos a Ica, donde paramos a desayunar, la ciudad de origen de esa familia que me aceptó como uno de ellos, donde disfrutamos de un suculento desayuno a base de sopa de pollo y jugo de papaya que podría resucitar hasta un muerto.

Al llegar a Lima nos recogió Gaby y en vez de descansar nos duchamos y nos dirigimos a la casa de Mercedes que nos recibió con una suculenta cena y ante todo una buena conversación. De hecho, después supe que dijo que yo hablaba bastante, cosa que muchos que me conocen pondrían en entredicho, pero lo curioso es que nos entendíamos muy bien, ya que es una persona muy inteligente, educada y una bella persona.

Al día siguiente, Mercedes nos hizo un tour por las lagunas cercanas a la ciudad de Lima, donde el turismo ornitológico es muy importante y nos acompañó hasta el oráculo de Pachacamac, donde acudían viajeros de todo el territorio inca para saber su porvenir, algo parecido a lo que sucedía en el mundo griego en el oráculo de Delfos.

En la tarde del día de Nochevieja nos fuimos con toda la familia de Gaby a hacer las compras para la fiesta de entrada del año nuevo y ya de paso hice mis compras de productos peruanos, tales como: inca Kola, papa deshidratada, canchita, mote, ají panca, ají causa, ajinomoto..., ya que su gastronomía me fascinó.

A las doce de la noche antes de ponernos a cenar, cada cual portaba algo de color amarillo, ya que este color en Perú atrae la buena suerte y tras los fuegos artificiales nos acomodamos alrededor de la mesa a degustar una de mis últimas cenas en el país andino, rodeado de esta gran familia y donde no faltó de forma guasona la alusión al pisco. Tras el disfrute de la comida llegó el baile y la bebida, pero cuando no aguanté más decidí irme sigilosamente sin que nadie notara mi ausencia, quedando dormido pese a seguir sonando en mis oídos la canción de Marisol que dice así: “Después de mucho tiempo, hoy le he vuelto a ver, no es el mismo de ayer...”

          Estaba tan profundamente dormido que no note que alguien se acercaba a mi cama y me zarandeaba asustado al oír decir en sueños que me moría. En ese momento desperté de pronto y en vez de hacer caso a lo que me decían, cogí papel y bolígrafo y me puse a escribir aquello que había vivido con tanta nitidez en mis sueños, donde se entremezclan las vivencias personales con hechos que no he llegado a vivir, ya que no termino de distinguir lo real de lo imaginario de esta historia.